LA ANÉCDOTA DE LA SEMANA (2)
EL BUEN HUMOR DE JUAN PABLO II
A pesar de sus achaques, Juan Pablo II demuestra tener cabeza, valor y fe para regir la Iglesia católica. Quienes le conocen dicen que su enorme empuje se debe a que es hombre de una pieza; Karol Wojtyla es la misma persona cuando estudia, reza, descansa, despacha con un obispo africano, se dirige a una multitud de adolescentes, vista una chabola en Brasil o comparte almuerzo con el presidente de una nación. Su equilibrio psicológico se demuestra entre otras cosas, en su peculiar sentido del humor.
Según el psiquiatra Enrique Rojas, “cuando se tiene sentido del humor se domina la vida y se pueden superar las adversidades. Por el contrario, cuando no se tiene sentido del humor, uno se vuelve suspicaz, hipersensible, pendiente de los comentarios de la otra persona, siempre al acecho” (Remedios para el desamor, p. 210).
Desde el principio de su pontificado, uno de los objetivos de Juan Pablo II fue internacionalizar la curia romana, el gobierno central de la Santa Sede. En 1998, en vísperas del Gran Jubileo del año 2000, Juan Pablo II remodeló la Prefectura de la Casa Pontificia. Este organismo está encargado de la organización de las audiencias papales, públicas y privadas. En contra de la costumbre centenaria de nombrar italianos para este cargo, Juan Pablo II nombró para este cargo a un norteamericano, monseñor James Harvey, y como prefecto adjunto (el “segundo de a bordo”) a su secretario, el sacerdote polaco Stanislaw Dziwsz. Parece ser que en ciertos ambientes de la curia romana no se veían con buenos ojos estos cambios en unos puestos hasta ahora ocupados por italianos. Pocos días después de los nombramientos, el Papa y monseñor Harvey se dirigían hacia una audiencia, cuando de pronto, Juan Pablo II, que estaba al corriente de los cuchicheos sobre un prefecto estadounidense en la Casa Papal, empezó a musitar en italiano: “Il Prefetto... Americano... impossibile! (¡El prefecto... un americano... ¡Imposible!) “Un aggiunto... Polacco... peggio ancora!”(¡Un adjunto... polaco...! ¡Peor todavía!”). Y es que, para ser Papa, como para otras muchas cosas, el sentido del humor, saber reírse de uno mismo y de las situaciones, es imprescindible.
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